Realmente, ¿qué es la ansiedad? ¿es diferente al miedo?

Todo el mundo habla de la ansiedad, y más en el momento de incertidumbre en el que nos encontramos. Las personas pueden hablar de la ansiedad como un concepto en sí mismo, “tengo ansiedad” o, como una explicación causal para hacer o dejar de hacer ciertas cosas, “no cojo el coche porque me produce mucha ansiedad, ahora fumo más porque tengo ansiedad...”, en definitiva, es un concepto muy común y utilizado en nuestro día a día, y que en muchos momentos nos sirve para justificar determinadas conductas, pero realmente, ¿sabemos lo que es la ansiedad?.

El término ansiedad como concepto psicológico, empieza a emerger en las primeras décadas del siglo XXI, siendo un término que suscita a la par que mucho interés, también mucha ambigüedad conceptual, ya que, para muchos, es complicado diferenciarlo de otras emociones como el estrés o el miedo.

Según el Diccionario de la Real Academia Española, el término ansiedad proviene del latín anxietas, refiriendo un estado de agitación, inquietud o zozobra del ánimo, siendo ésta una emoción complicada y displacentera que se manifiesta mediante una tensión emocional acompañada de una reacción somática (Ayuso, 1988; Bulbena, 1986). Haciendo alusión a otro autor, Suárez Richards, (1995), la definió como un estado psicológico displacentero, que viene acompañado de síntomas fisiológicos percibidos como desagradables que se dan ante la percepción de un peligro impreciso.

Si nos basamos en estas dos definiciones, llegamos a entender el concepto de ansiedad como algo negativo e incómodo, y aunque es cierto que muchas de sus sensaciones son desagradables, es necesario saber que la ansiedad es una parte de la existencia humana, siendo ésta una respuesta adaptativa y que todas las personas la sienten en algún grado. Sin embargo, si la ansiedad supera la normalidad en cuanto a los parámetros de intensidad, frecuencia o duración, o bien se relaciona con estímulos no reales, puede provocar manifestaciones patológicas en la persona (Vila, 1984).

Por mis años de experiencia, he visto que uno de los aspectos más necesarios y útiles dentro de la práctica clínica es conocer la diferencia entre la ansiedad y el miedo, ya que de esta forma podemos llegar a gestionar mejor y de una forma más adaptativa nuestras emociones.

La ansiedad y el miedo, tienen aspectos muy parecidos, y por ello fácilmente confundibles, ya que, en ambas, las manifestaciones son muy parecidas, tanto a nivel fisiológico, cognitivo, como conductual, (Cambell, 1986; Thyer, 1987). Además, ambas se consideran mecanismos evolucionados de adaptación que potencian la supervivencia de nuestra especie (Thyer, 1987).

Pero en mi humilde opinión, lo realmente relevante radica no en los aspectos que comunes o similares, si no en la diferencia, siendo esta discrepancia el origen o la causa de la emoción. En el caso del miedo, la perturbación y el malestar surgen por estímulos reales y presentes, que están ocurriendo en ese mismo momento, mientras que la ansiedad se relaciona y se produce por la anticipación cognitiva de peligros futuros, indefinibles e imprevisibles (Marks, 1986), es decir, este carácter anticipatorio de la ansiedad posee la capacidad para prever un peligro o amenaza futura para la propia persona o para su entorno, sin tener una certeza real de que la situación vaya a ocurrir (Sandín y Chorot, 1995). Y esta misma diferencia, es la que nos da la clave sobre el control que las personas tenemos para la gestión de esas emociones. Es decir, el miedo es una respuesta real y necesaria que surge ante un peligro existente, mientras que la ansiedad proviene principalmente de pensamientos anticipatorios sobre peligros futuros y de momento inexistentes, por lo que, si aprendemos a gestionar y restructurar nuestro pensamiento, también lo haremos con nuestra respuesta emocional de ansiedad.

Por último, y haciendo alusión al control o la gestión que las personas podemos hacer de la ansiedad y del malestar que nos causan, los estudios señalan que si hacemos una buena intervención sobre las diferentes variables que intervienen, es decir, variables cognitivas (pensamientos, creencias, etc.),  situacionales (estímulos discriminativos que activan la emisión de la emoción), y variables conductuales (que son las acciones que la persona hace o deja de hacer ante esta emoción), conseguiremos reducir los parámetros de la emoción y por tanto manejarla y gestionarla, generando una mayor y mejor calidad de vida para la persona.

 

Autora: Dra. Natalia Moreno

Coordinadora y Responsable

Unidad Atención Psicológica Personalizada

HM Hospitales

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