Decisiones ¿Una lucha entre la cabeza y el corazón?

Hace poco el psicólogo Steven Pinker -profesor en la universidad de Harvard- hablaba para un artículo de la BBC sobre cómo, a la hora de elegir, las personas suelen creerse divididas entre lo que piensan y lo que sienten. Otra forma de verlo es clasificar las opciones entre aquellas que nos aportan un beneficio a corto plazo y aquellas que lo hacen en el largo plazo (p.ej. ¿salir de fiesta o quedarme estudiando para el examen?). Por lo general, todo lo que nos refuerza a corto plazo parece más apetitoso, y esto es lo que los psicólogos han llamado "descontar el futuro". Algunas personas con gran sentido del deber pueden verse a menudo atrapadas en la indecisión, al sentir que seguir sus instintos y no tener en cuenta los beneficios más "racionales" es descuidar el rumbo de su vida, dejarse ir. Sin embargo, no siempre posponer el beneficio es positivo, ya que en algún momento hemos de disfrutar de todo aquello que hacemos para el "yo del mañana".

Las emociones son adaptativas

El evolucionismo de Darwin nos dice que estamos diseñados para garantizar la supervivencia de la especie. En ese sentido, las emociones serían resultado de un proceso adaptativo y nos aportarían información útil para desenvolvernos en el entorno. En una sociedad eminentemente racionalista, muchos psicólogos nos encontramos repetidamente enseñando el valor que pueden tener las emociones, pararse a escucharlas y entender qué nos están pidiendo. Como bien nos enseña la excelente película de Disney Inside Out (Del Revés), el miedo nos protege de caer en peligros, la ira nos ayuda a defender nuestros derechos y no dejarnos pisotear, el asco nos aleja de aquello que está en mal estado y la tristeza nos ayuda a buscar cercanía con aquello que hemos perdido. No olvidemos que la alegría también está ahí, ayudándonos a saber qué es aquello que nos gusta en esta vida y queremos mantener cerca y cuidar.

Parece que asociamos los éxitos a las decisiones razonadas en frío y los fracasos a un fruto de la impulsividad o falta de autocontrol, pero son varios los estudios que demuestran la racionalidad de la intuición (Damasio, 1994) para tomar decisiones rápidas sin un exceso de carga cognitiva que nos haga caer en la famosa "parálisis por análisis".


Entonces, ¿tenemos que seguir siempre lo que digan las emociones?

Todos hemos escuchado alguna vez decir "sigue a tu corazón". Como bien decía la neurocientífica Nazareth Castellanos, hay que seguir al corazón, sí, "pero solo cuando sabe dónde ir". Por tanto, la solución no parece seguir sistemáticamente a la cabeza o el corazón. En este sentido, hay muchas estrategias que pueden ayudar a discernir las emociones adaptativas de las "falsas alarmas" (Hervás, 2011). Así mismo, conocerse a uno mismo puede ayudar a identificar las ocasiones en las que aquello que nos decimos no es racional sino racionalizado. Es decir, cuándo se trata de una especie de autoengaño en el que mediante argumentos aparentemente lógicos escondamos los verdaderos motivos (irracionales) por los que hacemos o elegimos algo (McLeod, 2019).

Sin embargo, hoy hablaremos sobre los valores como guía. Un valor es algo que no se agota (Hayes, 2004), es un rumbo elegido hacia el que caminar que sirve de guía cuando estamos perdidos. Mi valor no puede ser "quiero adelgazar" (no podría estar siempre adelgazando) pero sí podría caminar hacia el tener un estilo de vida saludable. Mi valor no puede ser "quiero dar más dinero" (un día se acabaría) sino ser solidario con lo que tengo. Las emociones y los valores a veces entran en conflicto. Ser solidario requiere a veces ceder y dar lo que podría también haber sido para mí, y bien sabemos que muchas veces la emoción nos pide lo contrario.


¿Entonces los valores van por encima de la emoción?

No necesariamente. Como hemos comentado, muchas veces podemos caer en pensar que la decisión que estamos tomando es resultado de la lucha entre cabeza y corazón ¿Es la cabeza el valor (más evolucionado, más noble) y el corazón la debilidad y el instinto animal (más poderoso, más automático, más desgarrador)?. Antes de caer de nuevo en dicotomías, muchas de las cuestiones se solucionarían si supiéramos clarificar primero cuál es exactamente el valor y cuál es exactamente la emoción. Los psicólogos solemos decir que muchas veces resolver bien el problema pasa por haberlo definido correctamente, y ahí suele estar el fallo. Ante la próxima decisión que te abrume podemos usar una norma que sirva de guía y es que -por lo general- cuando hay muchos pensamientos o preocupaciones suele haber una emoción o un valor debajo que está en conflicto. En ese momento, trata de hacerte preguntas que te acerquen a una mayor claridad ¿A qué responden las preocupaciones? ¿Por qué esto es tan importante para mí? ¿Cuál es el valor y cuál es la emoción que están en conflicto?

Sin embargo, si hay algo importante en la toma de decisiones, es quitarles tanta importancia. "En el mundo actual, donde las opciones prácticamente son ilimitadas, buscar lo mejor es una receta para ser miserable", decía el psicólogo americano Barry Schwartz. Por eso, en su libro La paradoja de elegir aconseja que tratemos siempre de quedarnos con algo que sea "lo bueno suficiente", evitando así que el exceso de opciones nos haga dar cuenta de todo lo que no escogemos y reste valor a aquella opción con la que sí nos quedemos (Schwartz, 2004).


Autora: María Alejo Hernández
Psicóloga de la Unidad Atención Psicológica Personalizada
HM Hospitales
Para más información o citación podéis llamar al teléfono 900 10 29 24 o escribir un correo electrónico a: psicologia.hmps@mail.hmhospitales.com

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