La leucemia mieloide es un tipo de cáncer que se origina en la médula ósea y afecta a las células mieloides, encargadas de producir glóbulos blancos, glóbulos rojos y plaquetas. La médula ósea es el tejido esponjoso y blando situado en el interior de los huesos donde se producen las células sanguíneas (el tuétano)
En la leucemia mieloide, la médula ósea produce un gran número de células mieloides anormales. Estas células, que no maduran correctamente, desplazan a las células sanguíneas sanas, lo que dificulta que el cuerpo combata infecciones, transporte oxígeno y controle el sangrado. La leucemia mieloide puede afectar significativamente la calidad de vida del paciente, causando fatiga, infecciones frecuentes y sangrado fácil.
Síntomas de la leucemia mieloide
Los síntomas de la leucemia mieloide pueden variar según el tipo de leucemia (aguda o crónica) y la persona afectada. Es importante estar atento a las señales que el cuerpo nos envía, ya que la detección temprana puede marcar una gran diferencia en el tratamiento. Algunos de los síntomas más comunes incluyen:
Fatiga y debilidad persistente:
una sensación de cansancio extremo que no mejora con el descanso. Esto ocurre debido a la disminución de glóbulos rojos sanos (anemia), encargados de transportar el oxígeno a los tejidos.
Fiebre:
elevaciones de la temperatura corporal, especialmente durante la noche, pueden indicar una respuesta del sistema inmunitario a la presencia de células leucémicas o a infecciones oportunistas.
Sudores nocturnos:
episodios de sudoración intensa durante la noche.
Pérdida de peso inexplicable:
una disminución no intencionada del peso corporal, a pesar de mantener los hábitos alimenticios, puede ser un signo de que las células cancerosas están utilizando la energía del cuerpo.
Infecciones frecuentes o graves:
la leucemia mieloide afecta la producción de glóbulos blancos maduros y funcionales, lo que compromete la capacidad del cuerpo para combatir infecciones. Esto puede manifestarse como infecciones recurrentes, de curación lenta o inusualmente graves.
Sangrado fácil o moretones:
la reducción del número de plaquetas (trombocitopenia) dificulta la coagulación normal de la sangre, lo que resulta en sangrado fácil (por ejemplo, sangrado nasal, de encías o menstrual abundante) o la aparición de moretones sin causa aparente.
Anemia:
disminución de los glóbulos rojos, lo que puede provocar palidez, dificultad para respirar y mareos.
Inflamación de los ganglios linfáticos, el hígado o el bazo.
Problemas de coagulación:
mayor riesgo de trombosis o hemorragias.
Es importante tener en cuenta que estos síntomas también pueden ser causados por otras enfermedades, por lo que es fundamental consultar a un médico para obtener un diagnóstico preciso.
Clasificación de la leucemia mieloide
La leucemia mieloide se clasifica en diferentes tipos según la velocidad de progresión y el tipo de células mieloides afectadas. Esta clasificación es crucial para determinar el enfoque de tratamiento más adecuado. Los principales tipos de leucemia mieloide son:
Leucemia mieloide aguda (LMA): es un tipo de leucemia de rápido crecimiento que se caracteriza por la producción de un gran número de células mieloides inmaduras. La LMA se subdivide en varios subtipos según las características de las células leucémicas y las anomalías genéticas presentes.
Leucemia mieloide crónica (LMC): es un tipo de leucemia de progresión lenta en la que la médula ósea produce demasiados glóbulos blancos. La LMC se caracteriza por la presencia del cromosoma Filadelfia, una anomalía cromosómica que resulta de la fusión de los genes BCR y ABL1.
Causas de la leucemia mieloide
Aunque no se conoce la causa exacta de las leucemias mieloides, se han identificado varios factores que pueden aumentar el riesgo de desarrollar esta enfermedad. La leucemia mieloide se produce como resultado de una serie de mutaciones genéticas que afectan a las células madre de la médula ósea. Estas mutaciones son adquiridas durante la vida de una persona como consecuencia de la agresión de los múltiples tóxicos que recibimos a lo largo de la vida.
Si bien la leucemia mieloide no siempre se puede prevenir, conocer los factores de riesgo asociados con esta enfermedad puede ayudar a tomar medidas para reducir las probabilidades de desarrollarla. Estos factores pueden ser genéticos, ambientales o relacionados con el estilo de vida. Algunos de los factores de riesgo asociados con la leucemia mieloide incluyen:
Edad avanzada: el riesgo de leucemia mieloide aguda aumenta con la edad.
Tabaquismo: fumar aumenta el riesgo de leucemia mieloide aguda.
Exposición a ciertas sustancias químicas: la exposición a sustancias químicas como el benceno se ha relacionado con un mayor riesgo de leucemia mieloide aguda.
Tratamiento previo con quimioterapia o radioterapia: las personas que han recibido ciertos tipos de quimioterapia o radioterapia tienen un mayor riesgo de desarrollar leucemia mieloide aguda.
Trastornos sanguíneos: ciertas afecciones sanguíneas, como el síndrome mielodisplásico, pueden aumentar el riesgo de leucemia mieloide aguda.
Síndrome de Down: las personas con síndrome de Down tienen un mayor riesgo de desarrollar leucemia mieloide aguda.
Antecedentes familiares de leucemia: tener un familiar cercano con leucemia puede aumentar el riesgo, aunque la leucemia no es hereditaria.
Mutaciones genéticas adquiridas: las mutaciones en genes como FLT3, NPM1, IDH1, IDH2 y TP53 se han relacionado con un mayor riesgo de leucemia mieloide.
Complicaciones de la leucemia mieloide
La leucemia mieloide puede provocar diversas complicaciones que afectan la salud y la calidad de vida del paciente. Reconocer estas complicaciones y buscar atención médica oportuna es fundamental para minimizar su impacto. Algunas de estas complicaciones incluyen:
Infecciones: la leucemia mieloide puede debilitar el sistema inmunológico, lo que aumenta el riesgo de infecciones.
Hemorragias: la leucemia mieloide puede afectar la capacidad de la sangre para coagularse, lo que aumenta el riesgo de hemorragias internas o externas.
Neutropenia: la escasez de glóbulos blancos puede aumentar el riesgo de infecciones.
Trombocitopenia: la falta de plaquetas puede provocar sangrado fácil y moretones.
Síndrome de lisis tumoral: esta afección puede ocurrir cuando un gran número de células cancerosas mueren rápidamente después del tratamiento, liberando sustancias químicas dañinas al torrente sanguíneo.
Problemas neurológicos: en algunos casos, la leucemia mieloide puede afectar el sistema nervioso, causando dolores de cabeza, convulsiones o cambios en el estado mental.
Es importante buscar atención médica si experimenta síntomas que le preocupan. El diagnóstico y tratamiento tempranos pueden ayudar a prevenir complicaciones y mejorar el pronóstico.
Diagnóstico de la leucemia mieloide
El diagnóstico de la leucemia mieloide generalmente implica una serie de pruebas y procedimientos diseñados para identificar la presencia de células leucémicas y evaluar la extensión de la enfermedad. Un diagnóstico preciso es fundamental para guiar el plan de tratamiento. Algunos de los métodos y procedimientos de diagnóstico comunes incluyen:
Examen físico: el médico buscará signos físicos de leucemia, como palidez, sangrado o inflamación de los ganglios linfáticos, el hígado o el bazo.
Análisis de sangre: se analizan las muestras de sangre para evaluar los niveles de glóbulos blancos, glóbulos rojos y plaquetas, así como para identificar la presencia de células mieloides anormales. Se pueden realizar pruebas especiales, como la citometría de flujo, para identificar marcadores específicos en las células leucémicas.
Aspirado y biopsia de médula ósea: se extrae una muestra de médula ósea para examinar al microscopio y determinar si hay células leucémicas. Se pueden realizar pruebas citogenéticas y moleculares en la muestra de médula ósea para identificar anomalías cromosómicas y mutaciones genéticas.
Citogenética: se analizan las células de la médula ósea para identificar anomalías cromosómicas, como el cromosoma Filadelfia en la LMC.
Pruebas de imagen: se pueden utilizar radiografías, tomografías computarizadas (TC) o resonancias magnéticas (RM) para evaluar si la leucemia se ha propagado a otros órganos. Estas pruebas pueden ayudar a detectar la presencia de masas o tumores en el cuerpo.
Punción lumbar: se extrae una muestra de líquido cefalorraquídeo para determinar si la leucemia se ha propagado al cerebro y la médula espinal.
HM Hospitales cuenta con una unidad de diagnóstico hipertemprano del cáncer para una detección precoz y un tratamiento más efectivo.
Tratamientos para la Leucemia Mieloide
El tratamiento para la leucemia mieloide depende del tipo de leucemia (aguda o crónica), la edad del paciente, su estado de salud general y otros factores. El objetivo del tratamiento es destruir las células leucémicas y permitir que la médula ósea produzca células sanguíneas sanas. Las opciones de tratamiento son diferentes entre la aguda y la crónica:
Tratamiento de la LMC: se emplean inhibidores de tirosina kinasa (ITKs) que son fármacos orales que se utilizan de forma continua durante varios años hasta alcanzar la remisión completa de la enfermedad. Los pacientes con LMC suele vivir lo mismo que la población general y solo en raras ocasiones precisan otro tipo de tratamiento (quimioterapia o trasplante de médula ósea).
Tratamiento de la LAM:
Quimioterapia: es el tratamiento principal para la leucemia mieloide aguda. Se utilizan medicamentos para destruir las células cancerosas en la médula ósea y la sangre. La quimioterapia puede administrarse por vía oral o intravenosa, o en combinación con terapia dirigida.
Terapia dirigida: utiliza medicamentos que atacan específicamente las células cancerosas sin dañar las células sanas. Hay varios medicamentos de terapia dirigida disponibles para tratar la leucemia mieloide aguda con ciertas mutaciones genéticas.
Radioterapia: utiliza rayos X de alta energía u otras formas de radiación para destruir las células cancerosas. Se puede utilizar la radioterapia para preparar al paciente para un trasplante de células madre o para tratar células leucémicas en áreas específicas del cuerpo.
Trasplante de células madre: un trasplante de células madre (también conocido como trasplante de médula ósea) implica reemplazar la médula ósea enferma por células madre sanas. Las células madre pueden provenir del propio paciente (trasplante autólogo) o de un donante (trasplante alogénico). HM Hospitales cuenta con una unidad de trasplante de progenitores hematopoyéticos.
Tratamientos no farmacológicos: en algunos casos, se pueden recomendar cambios en el estilo de vida, como una dieta saludable y ejercicio regular, para ayudar a controlar los síntomas y mejorar la calidad de vida.
Un equipo multidisciplinario de profesionales sanitarios, incluyendo hematólogos, oncólogos, radioterapeutas y otros especialistas, trabaja en conjunto para brindar la mejor atención posible al paciente.
Recuerda que este artículo tiene un fin informativo y no sustituye la valoración médica profesional. Si sospechas que tienes cáncer de recto, consulta con un especialista para obtener un diagnóstico preciso y un plan de tratamiento adecuado a tus necesidades.
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